La Ciudad de las Sombras

Esperaba a Noelia. Eran las diez de la noche y las sombras ya habían caído sobre la ciudad. Desde la ventana de mi habitación observaba el parque, viendo como agonizaba una farola: la bombilla parpadeó y unas chispas saltarinas proyectaron inquietantes formas a través de la tapa del registro, unos diminutos destellos que se repetían a intervalos regulares. Era un embrujo. Si mirabas demasiado esa danza luminosa te invadía un sueño que no era un sueño, y creías entender que no se debía a un mal contacto o a unos cables pelados mordisqueados por las ratas, sino que encerraban un mensaje con un propósito, un propósito terrible o maravilloso, según tu sino. En cualquier caso, un propósito que no te concernía y que no debías conocer jamás. Ese era el mensaje. Ahora que lo sabías, debías olvidarlo y no interferir, porque lo que estabas viendo de nuevo eran unos cables pelados o un mal contacto sin ningún propósito. Unos segundos mirando las chispas eran suficientes para quedar cautivado y caer en sus manos. El contra embrujo es, sencillamente, saber que es un embrujo, porque así se neutraliza. Aunque el mal olor no desaparece de momento. Os aconsejo que lo tengáis en cuenta, si experimentáis alguna de las situaciones que voy a narrar aquí…

 

¿Que de qué estoy hablando?

 

No quiero anticiparme. Decía que esperaba a Noelia. Esperaba con ansiedad que llegara. Estaba nerviosa, porque de un momento a otro iba, por fin, a contárselo todo. Me sentía un poco vulnerable, sin saber todavía cómo debía encarar el asunto. No es algo fácil de creer y yo tenía que hacérselo entender, a pesar de todo. Era mi mejor amiga, y había llegado el momento.

 

Siempre habíamos sido inseparables. Elia y Noelia. Noelia y Elia. Unidas por algo ajeno a nuestra voluntad. Aunque hemos estado juntas continuamente y se supone que no debíamos tener secretos entre nosotras, hay una cosa que nunca me he atrevido a contarle, algo que sucedió cuando teníamos tan sólo doce años. Cuando dejamos atrás el colegio y nos creímos mayores, porque ya estábamos en la ESO. Ese año en el que tuve una experiencia que todavía hoy no sé muy bien cómo interpretar, porque me inició en un misterio y me enfrentó con algo, una nueva forma de ver las cosas que cambió mi vida radicalmente. Lo que descubrí, eso que cinco años después estaba a punto contarle a Noelia, es algo que se encuentra a nuestro alrededor, siempre presente, pero que pasa desapercibido para la mayoría de la gente.

 

Puedo aseguraros que es tan real como lo es el viento, la fuerza de la gravedad o un estremecimiento. Son cosas que podemos sentir y percibir en nuestro entorno físico si estamos atentos, aunque a veces podamos confundirlas con un escalofrío o un «deja vu». Son fuerzas con intereses propios que no logramos entender del todo, de la misma manera que ellas no entienden los nuestros, nada más. Necesitan nuestra energía cinética para desplazarse por el mundo e hilvanar sus asuntos, pero no nos tienen en cuenta y viven a través de nosotros, como parásitos. Hay quien dice que son espíritus benévolos, otros opinan que ya no podríamos vivir sin ellas porque nos proporcionan cierto equilibrio. Yo opino todo lo contrario.

 

Estoy hablando de las sombras.

 

Sonó el timbre.

 

Corrí a abrir la puerta. Noelia se había cortado el pelo y le sentaba muy bien. Estaba radiante, tan derecha y estilizada como una modelo; los ejercicios de rehabilitación que había tenido que hacer diariamente durante años para corregir su espalda, habían modelado su cuerpo. Cuando entró saludó a mamá, que le dijo que estaba muy guapa desde que había dejado de ser Robocop, nos reímos, y al pasar junto a la puerta entreabierta del despacho de papá, dio dos golpecitos:

 

—Hola, viejo.

 

Papá murmuró algo que no alcancé a oír. Noelia le sacó la lengua.

 

—Ha empezado él —se justificó, mientras entraba en mi habitación.

 

Tiró la mochila sobre la cama y miró la pantalla del ordenador. Movió el ratón para desactivar el salvapantallas y empezó a curiosear.

 

—¿Qué estabas haciendo?

 

—Pasando los apuntes de Literatura —repuse.

 

—¿Los tienes todos?

 

—Sí.

 

—Pues ya me estás haciendo una copia.

 

Conecté la impresora para que sacara dos copias y le dije que se sentara.

 

—¿Te acuerdas de mi abuela?

 

—Claro... Estuvo viviendo en tu casa durante unos días —se llevó la mano a la nariz y empezó a rascarse—. Fue hace unos años, cuando tus padres discutieron y tu madre se largó de casa, ¿no?

 

—Sí. ¿Recuerdas su nombre?

 

—Pues... —se encogió de hombros—. Ahora mismo no me acuerdo.

 

—Se llamaba Carmen —dije sonriendo.

 

—Qué bien. ¿Y…?

 

—¿Y si te digo que era la primera vez que veía a esa bruja?

 

Noelia me miró como si me hubiera vuelto loca de pronto.

 

—¿Por qué la insultas? Recuerdo que antes te caía muy bien.

 

—No la estoy insultando, es que era una bruja auténtica. Ya sabes, de las que preparan conjuros y esas cosas.

 

—¡Anda, ya…!

 

—Me envolvió en un hechizo durante todo el tiempo que estuvo en casa. Lo hizo para protegerme, y no me di cuenta hasta que se marchó.

 

—¿Me estás vacilando? —exclamó—. Anda ya, no me tomes el pelo…

 

—Que no, tía. Sé que ahora te parecerá extraño, pero es cierto que nunca la había visto antes de ese día —me levanté y cerré la puerta—. Quiero que hagas memoria y vuelvas cinco años hacia atrás, cuando mi padre publicó «Juego de sombras».

 

—Está bien —repuso—. Pero deja de intrigar y ve directamente al grano.

 

—Vale, Noe, pero es que es difícil de explicar. ¿Qué te pareció la novela?

 

—¿Y eso qué tiene que ver ahora con tu abuela?

 

—Responde.

 

—Vaaale… Me sorprendió, porque todos sus libros anteriores los había escrito para niños.

 

—Qué más…

 

—Era inquietante y tenía algunos pasajes que te atrapaban, pasajes oscuros y misteriosos. Me encantó.

 

—¿Y si yo te dijera que era un grimorio?

 

—¿Un qué…?

 

—Un libro de encantamientos, un libro mágico. Por eso te encantó. Acabas de decirlo. Un extenso y elaborado hechizo en forma de novela, que provoca un efecto cuando lo lees.

 

Abrí el cajón del escritorio donde guardaba mis trabajos y saqué un montón de folios con las esquinas estropeadas, encuadernados con aros de cuero. El papel amarilleaba por los bordes. La portada era un pergamino;  rodeando el título había una especie de tribal simétrico, una tela de araña formada por runas que parecía esconder un significado. Se lo tendí. Miró la cubierta, sorbió la nariz, dijo: «Qué bonito». Me miró:

 

—¿Esto es el manuscrito original?

 

—Sí.

 

—Tiene encanto. Qué suerte tienes de ser la hija de un escritor, ves estas maravillas antes que nadie.

 

Como vio que no decía nada pasó a la siguiente hoja, después una más, y otra y otra, todas adornadas con filigranas semejantes, todas diferentes, inquietantes, hermosas, irradiando fuerza...

 

—¡Es precioso…! Deberían haber puesto estos adornos en el libro que salió a la venta. Se hubiera vendido muchísimo más…

 

—Vuelve al principio y lee de nuevo—le dije.

 

—«El sinuoso camino de las sombras errantes» —señaló—. ¡Un momento...! Ese no era el título del libro.

 

—Sigue leyendo.

 

—¿Elia Goldman...? Aquí hay otro error, está firmado por ti en lugar de por tu viejo.

 

—Así es. Pero no se trata de un error —confirmé—. Eso que tienes entre tus manos no lo ha escrito mi padre.

 

—¿Quieres decir que la novela la escribiste tú?

 

—La novela no, pero eso sí. Como ya te he dicho antes, se trata de un grimorio, un conjuro. Ese conjuro que tienes entre tus manos lo ha replicado mi padre, y el efecto se multiplicó por el número de ventas de sus libros.

 

—¿Y eso qué quiere decir?

 

—Qué hay mucha gente que sabe más que antes. Gente más preparada, podría decirse, para lo que se avecina. He podido ver hasta foros en Internet, hablando sobre el tema.

 

—¿El tema de la novela?

 

—Sí, «las sombras».

 

—¿Sigues con tu vacile…? Porque pones una cara que me está haciendo dudar. Eso era fantasía, ¿no? Pura ficción.

 

—Casualmente basada en lo que sucedió cuando mis padres estuvieron a punto de separarse y vino mi abuela. Mezclar en una novela realidad y ficción para encubrir un suceso, es un encantamiento muy común y un recurso de muchos escritores.

 

—Pero…

 

—Te encantó, tú misma lo has dicho antes.

 

—Era solo una forma de hablar.

 

—Que refleja algo. Tenemos que deshacer ese encantamiento.

 

—¿Para qué? Yo estoy bien.

 

—Para que recuerdes.

 

—A ver si lo he entendido. ¿Dices que cuando lea esto voy a recordar algo?

 

—Te vas a deshacer de un hechizo que ha convertido en fantasía algunos de tus recuerdos.

 

—Vale, vale… Pasemos a otro tema. ¿Tu padre la copió de aquí?

 

—Más o menos, aunque no exactamente, porque modificó algunos pasajes. Después lo leyó mi madre y lo corrigió; más tarde el editor, que sugirió cambiar el nombre de algunos personaje y el título de la novela, por otro más comercial; a continuación lo hizo la correctora de estilo y, finalmente, mi padre llevó a cabo una última corrección. Cuando el libro llegó a las librerías había perdido gran parte de su esencia original…

 

—¿Y aquí está el texto completo?

 

—Todo…

 

—¿Y dices que lo escribiste tú?

 

—Eso es.

 

—¿Por qué?

 

—Porque tuve que hacerlo.

 

—Vaya una explicación de mierda.

 

—Ahora mismo no puedo decirte más.

 

—¡Qué fuerte, tía…! No me imaginaba a tu padre plagiando.

 

—Él no sabía que plagiaba.

 

—¿Cómo que no…? —puso esa sonrisa burlona que tanto me gusta—. Ya entiendo. ¿Más misterios?

 

Me apoyé en la ventana mirando a la calle; la farola ya no parpadeaba y la bombilla fundida había dejado que las sombras ganaran terreno. No era una metáfora.

 

Me volví hacia Noelia.

 

—Anda, lista, empieza a leer —dije señalando el manuscrito—. Después, hablamos.

 

—Vale, pero quiero que sepas que todo eso que has dicho para crear ambiente me parece una chorrada. Una bromita de la nena, que hoy se siente gótica —Noelia me miró, con su sonrisa de domingo, inocentona y despierta, se tumbó sobre la cama y pasó la página.

 

—Ya te lo he dicho antes: Cuando lo leas, entenderás, y cuando entiendas, sabrás…

 

 

 

Bibliópolis: La ciudad de las sombras

 

 

 

  • Colección: Caracolt
  • Autor: Rafael Estrada
  • Género: Misterio, Terror, Fantasía
  • Nº de páginas: 123
  • ISBN-13: 978-1973240341
  • Formato: Tapa blanda
  • Primera edición: Ediciones del Laberinto
  • Primera edición en libro electrónico por la Biblioteca Digital Hispánica
  • Traducido al italiano por Francesca Sammarco.
  • Traducido al inglés por Ericka Valiente.

 

Audiolibro narrado por Javier Fernández Jiménez