Muelle y los saltapiedras
¿Os he contado alguna vez la historia de Muelle?
Muelle era un niño con nariz de ratón, ojos de camaleón y pelos de erizo. Él creía que podía hacer cualquier cosa que se propusiera, así de inocente era.
—Me gustaría saltar como los saltapiedras —dijo un día, casi sin saber por qué, lo suficientemente alto como para que lo oyeran los demás.
Su madre, Ballesta, sonrió como hacen las madres; Resorte, su padre, tosió como tosen los padres; y el abuelo, movió la cabeza arriba y abajo.
Todo esto sucedía una mañana soleada, cuando el invierno empezaba ya a despedirse de Pedregal. La hierba se dejaba caer hacia un lado y luego hacia el otro porque el viento así lo quería.
Ballesta conocía la afición de Muelle de imaginar cosas imposibles. Mientras le peinaba los dos remolinos rebeldes, con toda la paciencia de una madre, le preguntó:
—¿Qué locura es esa de soñar con saltar, como si no hubiera saltapiedras?
—¡No es ninguna locura, mamá! Seguro que puedo hacerlo con un poquito de práctica.
—Pero hijo, eso es como decir que si te riego todas las mañanas, darás algún día naranjas o peras.
Muelle ladeó la cabeza y arrugó la nariz, esforzándose por entender lo que su madre quería decirle. Después, con una sonrisa le contestó:
—Tú sabes que no es lo mismo, mamá.
En ningún momento se le ocurrió discutir con su hijo, porque sabía lo testarudo que era. Por eso siguió peinándole, mirando hacia la ventana, tal vez esperando que de allí pudiera venir algún tipo de respuesta. Como no fue así se encogió de hombros, dejando a los remolinos y a Muelle por imposibles.
—Anda, cariño —le dijo—, tómate el desayuno.
Por las mañanas, los niños de Pedregal se reunían en la escuela. Había un verdadero revuelo de saltapiedras brincando de aquí para allá y de allá para acá.
Iban allí ilusionados, para aprender todas las cosas importantes de la vida:
Por qué la Tierra es redonda en lugar de cuadrada.
Por qué los niños viven en una barriga antes de nacer.
Por qué las cebollas nos hacen llorar.
Por qué los macarrones tienen un agujero justo en el centro.
Y por qué hay que cerrar los armarios para que no se escape la ropa.
Pinturilla, la maestra, sabía todo eso y muchas cosas más, y se lo enseñaba a los niños para que cuando fueran adultos pudieran contárselo a sus propios hijos.
Aprendieron las razones secretas del viento para empujar a las nubes y cambiarlas de forma., y también los extraños e importantes motivos que el cielo tenía cuando aparecía vestido de tormenta, con sus rayos, sus relámpagos y sus truenos.
—Sin embargo, en Pedregal, nunca jamás lloverá —cantaban todos juntos en el cole.
Y eso era cierto, hasta donde podía recordar la maestra, porque las nubes siempre pasaban de largo y descargaban sus aguas en otros lugares.
Algunas mañanas los niños silbaban llamando a los saltapiedras, se montaban en ellos e iban con la maestra al sitio que estaba por debajo de las piedras.
Allí descubrían todo tipo de vegetales, quietos y firmes, agarrados con sus raíces a la tierra. Las pocas veces que el viento pasaba por allí acariciando la hierba, le recibían haciendo gestos simpáticos e incomprensibles con las ramas.
A Muelle le gustaba escuchar las cosas que decía Pinturilla: sólo tenían que hervir unas hojas de aquella planta conciliar el sueño; o masticar las raíces de esa otra, si querían que se fuera el dolor de garganta.
Parecía increíble, que todo fuera como ella lo contaba.
Por las tardes, se daban lecciones de salto. Los niños aprendían complicados ejercicios de equilibrio sobre los saltapiedras.
Jugaban con ellos y escuchaban sus silbidos, sus pitidos y resoplidos que le hacían mucha gracia a Muelle. También les enseñaban a bailar y les daban caramelos de anís cuando se ponían nerviosos.
El maestro les entrenaba a hacer el pino sobre el lomo del animal o a realizar volteretas en mitad de un salto. Sus clases eran muy divertidas y emocionantes.
—Cuando el saltapiedras se incline hacia un lado, vosotros hacéis lo mismo. ¿Habéis entendido?
—¡Síííííííííí…! —respondieron los niños.
—Os echáis hacia delante y sujetáis el cuello con fuerza para no caeros. ¿Habéis entendido?
—¡Síííííííííí…! —respondieron los niños.
—¿Tenéis alguna duda?
Y como Muelle la tenía, preguntó:
—¿Podemos saltar como los saltapiedras?
Reseña de Anika entre Libros: Muelle y los saltapiedras
- Nº páginas: 62
- ISBN-13: 978-1718058446
- 14 ediciones edebé
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Traducido al catalán.
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Publicado en Turquía, en 2012 Final Publishing House.
- Publicado en Chile por edebé.
- Traducido al italiano.
- Traducido al inglés.
- Traducido al portugués.
- Traducido al francés.