Carne de primera

Vol. II de la trilogía del inspector Proaza

 

"Vivimos de la muerte de otros,

somos como cementerios andantes.

Llegará el momento en que el hombre verá

el asesinato de los animales como

ahora ve el asesinato de los hombres".

 

                                  (Leonardo Da Vinci)

 

 

 

1. El camino a Los Infiernos

 

Para ir a Los Infiernos, basta con girar a la derecha en el kilómetro 6 de la RM-19, la autovía que conecta San Javier con la A-30 en dirección a Murcia; después de pasar la rotonda, hay que desviarse en la primera salida y recorrer dos kilómetros y medio de asfalto irregular, rodeado de campos polvorientos e invernaderos de plástico. Allí, el silencio se extiende hasta donde llega el oído, y pueden alcanzarse, en pleno verano, las elevadas temperaturas que avalan su nombre.

 

Cuando Gustavo tomó el desvío eran las dos de la mañana. Le acompañaba una joven que había conocido esa misma noche, pocas horas después de que Tati le hubiera dejado. Estaba oscuro, porque los caminos rurales no suelen disponer de alumbrado; la única iluminación era la de los faros de la furgoneta, que circulaba por el centro de la vía invadiendo el carril izquierdo. Entre risas y caricias dejaron atrás la primera curva, el vehículo se detuvo a la izquierda de la cuneta, señalando con los faros unos arbustos resecos y una lona de plástico que alguien había tirado en el descampado. Se besaron. Iba un poco bebido, contento de haber conocido a alguien que le ofreciera compañía en aquellos amargos momentos. Ella tenía unos ojos burlones, manos juguetonas y labios con sabor a ginebra. Justo lo que necesitaba. Después de todo, encontrar compañía que te brinde consuelo cuando tienes el corazón roto es un pequeño milagro que la química explica: se liberan endorfinas, los niveles de dopamina suben y el cuerpo experimenta la euforia. Podría haber ido a ensayar, a fumar unos petas con los amigos, haberse hartado a reír y el efecto sobre su estado de ánimo habría sido el mismo. Todos sabemos que un pensamiento regulador, en ocasiones, puede ayudar a mantener el rumbo; pero Gustavo no quería eso y eligió tomar el camino de la autocompasión. Aunque sabía que su relación con Tati no había tenido mucho sentido, decidió abandonarse a la desesperación y representar su particular melodrama ante el mundo.

 

¿Cuándo se quedó dormido?

 

No parece un dato que importe demasiado ahora. Lo que sí está claro es que no supo ver el peligro, mientras saboreaba su desconsuelo escuchando la música llorona de Muse, con los auriculares puestos y su cara de pena bien a la vista. Dos personas sentadas en un chiringuito, bebiendo en la playa cuando el sol se pone, y las miradas se cruzan demasiadas veces y una sonrisa aparece y la primera palabra… ¿Quién la dijo? ¿Quién transformó un momento triste y vacío en otro cargado de expectativas? Lo cierto es que la furgoneta se encontraba allí mismo, tan acogedora, con esas cortinas fruncidas de nubes azules y rosas, que solo tuvo que mencionar la botella de ginebra helada para convencerlo: «Nos vamos, que conozco un sitio… Ya verás». Y fueron al sitio. Y vio... Era viernes cuando se conocieron y sábado cuando ella le robó el corazón, un corazón cuyo valor en el mercado alcanzaría los ciento cincuenta mil euros. Nadie sabría jamás que estaba emocionalmente roto, ni el cirujano encargado del trasplante, ni el afortunado receptor. Solo lo sabía Tati, que le había visto llorar desesperado tan solo unas horas antes; y ella, la que le tendió la trampa, porque el propio Gus se lo había contado mientras estaba siendo acechado. Pero, ¿a quién le importaba ya? A Gustavo no, desde luego. Tirado a cincuenta metros del camino, con el pecho abierto y la mirada vacía, parecía resignado. Definitivamente, ni lo suyo eran las mujeres, ni aquel había sido un buen día.

 

Al menos no estaba solo bajo la lona de plástico. Recostado sobre unos rollos de tubos de goteo, se había convertido en ecosistema anfitrión y empezó a recibir visitas, atraídas por el olor que liberaba el cuerpo. Primero vinieron las moscas, que revolotearon nerviosas a su alrededor, abanicándole el rostro con sus diminutas alas, buscando los mejores sitios donde depositar sus huevos; después fueron las hormigas y los escarabajos, inspeccionando uno por uno todos los orificios a su alcance; una araña se movía por el pelo, explorando el lugar donde establecer su nido, atenta al culebrear de un ciempiés con el que no deseaba competir en esos momentos. Una rata salió de la cavidad abdominal con un trozo de hígado, nerviosa, ante la presencia de un cuervo que picoteaba la lona para poder acceder también a su parte. Algunos grillos cantaban, mientras los ácaros, monstruosos y diminutos al mismo tiempo, se hacían un sitio en el dorso de los brazos y las piernas…

 

Entonces, la pantalla del móvil de Gustavo se encendió, el dispositivo vibró, y el silbido de la melodía de Rammstein anunciando un nuevo mensaje creó un breve desconcierto. Fue una parada del mundo apenas perceptible…

 

El mensaje era de Tati y decía: «Te gustaría q t komieran a ti, cabrón?»

 

… Después, se reanudó la actividad.

 

Silenciosos y elegantes, como sueños extraviados de la noche, los gatos del lugar vigilaban indiferentes el festín.

 

No tardaron en aparecer los perros...

 

 

 

  • Editorial: Caligrama  Penguin Random House G.E.
  • Autor: Rafael Estrada
  • Temática: Ficción moderna y contemporánea
  • Género: Novela Negra
  • Segunda entrega de la trilogía del inspector Proaza
  • Rango de edad: Adultos
  • Nº de páginas: 238
  • Encuadernación: Tapa blanda (reforzada)
  • Diseño de cubierta: Rafael Estrada con imágenes de Pixabay
  • ISBN-10: 8416339430
  • ISBN-13: 978-8416339433
  • Traducida al inglés por Hector Jorquera

 

 

 

 

 

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