¿Quién ha visto al marcianopío?

 

 

1. LLEGAN LOS MARCIANOS

 

 

El día que apareció ese gigantesco platillo volante todo cambió. Era una nave roja, de un rojo vivo y luminoso y quedaba muy bien sobre el cielo azul de esa mañana de primavera. Nada más llegar, se plantó sobre una de las ciudades más grandes de la Tierra, aunque ahora mismo no recuerdo cual fue; se abrió una gigantesca compuerta en la panza de la nave y a través de una nube de colores chillones dejaron caer un pergamino escrito con tinta roja.

 

Nada más.

 

Después, cerraron la compuerta y se quedaron ahí parados, esperando en silencio, ocultos dentro de la nube.

 

Lo primero que hizo el gobierno de ese país fue enviar a sus modernos aviones de combate para averiguar qué se ocultaba tras esa nube, pero todos regresaron pintados de colores chillones, afirmando que la nube estaba vacía.

 

Como al gobierno no se le ocurrió qué hacer con una nube vacía que ensuciaba los aviones, envió el misterioso pergamino a sus científicos más eminentes para que lo descifraran de inmediato. Lo intentaron durante días, pero como estaba escrito en diferentes idiomas, sólo pudieron entender una pequeña parte.

 

Esto era lo que decía:

 

«...la Tierra será destruida...» 

 

El gobierno se asustó muchísimo y aunque los científicos y los hombres más cultos intentaron descifrar la otra parte del mensaje, nadie lo consiguió. De manera que comunicó al resto del mundo lo que había descubierto.

 

En ese momento había unos cuantos países peleándose entre ellos: se lanzaban bombas, se disparaban balas y se insultaban unos a otros en las noticias de la tele. Los que no estaban en guerra fabricaban montones de armas, por si acaso. Y es que para que haya paz siempre ha habido guerras en el planeta Tierra.

 

Todos los gobernantes se reunieron. Como descifrar el mensaje era lo más importante en ese momento, las guerras se detuvieron de inmediato y reinó la paz.

 

—Pero sólo hasta que traduzcamos el pergamino marciano —dijeron—. Después seguiremos peleando para defender la paz.

 

—Vale —y por primera vez en mucho tiempo estuvieron de acuerdo.

 

Así, reunidos en un enorme palacio de una bonita ciudad, los representantes de todos los países del mundo se pusieron a la tarea de descifrar el pergamino. Allí había ministros, embajadores, generales y cancilleres de todas las razas y colores, colaborando juntos.

 

Una diplomática china, cuando se disponía a traducir su parte del mensaje, dijo:

 

—¡No entiendo nada de lo que pone aquí!

 

—¿Qué quiere decir con que no entiende nada? —le preguntó un italiano.

 

—Pues exactamente lo que he dicho.

 

—¿Quiere decir, amiga china —se burló el italiano—, que no entiende el idioma chino?

 

—El idioma chino sí —le contestó tranquilamente la diplomática—. Pero quien ha escrito este mensaje lo ha hecho en un antiguo dialecto que yo no comprendo.

 

El italiano miró entonces la parte del mensaje escrita en su idioma y se rascó una oreja:

 

—¡Es cierto! Pido disculpas a mi colega china. Yo tampoco entiendo una sola palabra de este rarísimo italiano.

 

Una ministra noruega intentó leer lo que estaba escrito en su idioma y afirmó dando un tremendo salto:

 

—¡Horror! ¡Yo tampoco entiendo nada!

 

El representante de los países árabes exclamó:

 

—¿Pero qué demonios pone aquí?

 

Así, uno tras otro: alemanes, rusos, americanos, malayos, turcos, ingleses, eslovacos, armenios, franceses, zulúes, españoles..., todos declararon que no entendían una sola palabra de lo que ponía el mensaje, a pesar de que estaba escrito en sus respectivos idiomas.

 

Hubo un tremendo alboroto.

 

Para calmarse, el representante árabe encendió su narguile; el inglés, a pesar de que aún no eran las cinco, decidió tomar el té; el italiano se preparó una pizza; el brasileño bebió un buen café y el español se zampó una paella.